Víctimas del Sistema
El País Semanal nos presenta el drama de quienes, en plena burbuja, decidieron sobrendeudarse para adquirir una vivienda. Los llama “víctimas del sistema”, y es cierto que lo son, pero, ¿de qué sistema estamos hablando? En torno al tema del ladrillo, los pelotazos urbanísticos y el constante ascenso de los precios de la vivienda, hay tanto dicho que muchos parecen tenerlo demasiado claro: todo es culpa del capitalismo feroz, la falta de regulación y la codicia del especulador. La ecuación es sencilla y muy útil para salir del aprieto que supone profundizar ligeramente en el asunto.
Hablamos de un mercado, el de la vivienda, que es, si no el más intervenido, sí el segundo o el tercero (después del monetario y financiero, o el de trabajo) que más regulación e interferencia estatal padece. Ordenación del territorio, usos del suelo, urbanismo, edificabilidad, vivienda subvencionada… Un marasmo de normativa que contradicen el mito del especulador salvaje y el constructor desatado ávido de beneficios. Son las comunidades autónomas y los ayuntamientos las instancias a través de las cuales se filtra todo el negocio de la construcción.
Sobre este mercado tan regulado, donde los agentes privados operan a cobijo de las administraciones públicas, y ninguna decisión prospera al margen de aquellas, se vierte el resultado de otro de los grandes ejemplos de intervención masiva e indiscriminada: la manipulación de la oferta monetaria a través de la expansión crediticia orquestada desde los bancos centrales. Mediante el ajuste arbitrario del tipo de intervención (tipo de interés del Banco Central), y las inyecciones de liquidez mediante distintos mecanismos, los Estados inundan el mercado de crédito barato y fácil, a sabiendas de cuáles serán los sectores donde primero acudirá el dinero de nueva creación: en España, por ejemplo, el mercado de la construcción y la vivienda, los activos bursátiles y ciertos sectores protegidos y subvencionados como las energías renovables.
Recurrir a un sistema insostenible de crédito abundante, fácil y barato, vertido sobre un mercado donde la existe una demanda sostenida de primera necesidad, como el de la vivienda, con todos los desajustes incorporados por culpa de la intervención pública directa sobre dicho mercado, es algo así como tratar de apagar un fuego con gasolina. La consecuencia más evidente: los precios suben tanto como crece la oferta. Semejante descoordinación sólo puede tener un origen: la expansión del crédito.
La gente necesita vivir en algún lugar. Para satisfacer dicha necesidad se plantean dos opciones: vivienda en propiedad o vivienda en alquiler. Si el precio del alquiler de una vivienda es igual o superior al coste estimado para financiar la compra de la misma vivienda, parece razonable, obviando otros elementos que influyen en la toma de esta decisión, que la opción compra mejore la opción alquiler. Si además, y todas las señales a nuestro alrededor parecen apuntar en esa dirección, es previsible que el precio que hoy pagamos sea inferior al que ese mismo bien alcance en el futuro, la decisión especulativa adquiere más urgencia si cabe. No solo adquirimos un bien de consumo duradero, con lo que conlleva, sino también un activo que se revalorizará muy por encima de otro tipo de inversiones. Un negocio completo, ¿quién sería el estúpido de no subirse a la burbuja?
Ese es el sistema que convierte en víctimas a todos los que hoy se ven en el drama que supone la ejecución de una hipoteca o la venta precipitada y poco ventajosa de la que era, hasta ese momento, su vivienda. Son víctimas de sus propias decisiones, pero la responsabilidad de su precaria situación, lejos de ser exclusivamente individual, posee ramificaciones que se extienden por todo el modelo de crecimiento económico y distorsión de las señales espontáneas del mercado a que nos ha conducido la intervención del Estado. Esto no es nuevo, son muchas las crisis financieras con ramificación en la construcción y el mercado de la vivienda. No sólo hablamos de deuda insostenible, sino de la quiebra de un modelo de empleo, donde cientos de miles de personas pierden sus puestos de trabajo y deben reubicarse en otros sectores incapaces de absorber inmediatamente semejante cantidad de trabajadores. El Estado, de nuevo, planteando su particular sistema de rescate, subsidio y política anticrisis, levanta las barreras y provoca los desajustes que agravan la incapacidad de reabsorber trabajadores, dándoles al menos la opción de seguir pagando sus infladas y ruinosas hipotecas.
Víctimas de un sistema que todos parecen empeñados en ocultar, en distraer cuáles son sus artífices, cuál su naturaleza, y dónde queda la responsabilidad de unos y de otros. No puede hablarse de libertad o de mercado puro, cuando todos los elementos que intervienen en la crisis son producto de la intervención. Se habla de la codicia de algunos como si la codicia fuera un pecado que sólo florece en ausencia de Estado. Son tantísimos los casos de corrupción urbanística, producto también del sistema de intervención criticado, que lo más razonable sería hablar de codicia desatada por culpa de la indisciplina y los reductos de fraude que genera la propia intervención, y no tanto un mercado libre donde lo habitual es que este tipo de conductas sean expulsadas por la mera concurrencia competitiva. El caso es que la codicia de hoy no es una codicia atribuible a eso que llaman “neoliberalismo salvaje”, a no ser que con este término quieran hacer referencia a la ideología que sostiene la farsa estatista que nos ha conducido hasta el panorama en el que nos encontramos: Socialismo (experto, conviene decirlo, en manipular el lenguaje, entre otras cosas).
Saludos y Libertad!
Independientemente de que es cierto que el sistema económico era (y es, porque no ha variado un ápice y así nos va) insostenible.
Creo que el artículo del Semanal es falaz por hablar de «víctimas del sistema» y apuntar a aquellos que, aprovechando un momento de bonanza, se dedicaron a vivir muy por encima de sus posibilidades, eso sí, bajo el generoso auspicio de los bancos y las cajas que, entonces, no miraban quien.
La gente no hipotecaba su vida en comprar una casa (que, hasta cierto punto sería lo lógico), sino que lo hacía por una casa completamente amueblada, un coche bastante más caro de lo que por su nómina se podía permitir, y la parcela donde en unos años pensaba construir su segunda vivienda. Después volvían al banco (asfixiados perdidos) para pedir un crédito para irse de vacaciones y luego otro para pagar el colegio de los niños. Y esta no era la economía de una familia, sino de muchas que, con las vacas flacas, no fueron víctimas del sistema sino de su propia codicia.
Es cierto que hay gente viviendo verdaderos dramas por culpa de la crisis, pero muchos han puesto muchos huevos para la tortilla que hoy se están comiendo.
Saludos!!
Llevas razón en todo lo que dices, pero piensa en una cosa: si todos hubiéramos sido tan «irresponsables» al mismo tiempo, esto no habría sido ni tan duradero ni tan grave, algo parecido a que todos hubiéramos demostrado la contención de la que hablas (el ajusta habría llegado mucho antes y los efectos del sobredimensionamiento de determinados sectores habrían sido mínimos en comparación con lo que ahora experimentamos). Pero lo cierto es que ha sucedido, y no por endeudarse al límite está uno condenado a quebrar: la prueba es que hoy por hoy, a pesar de los excesos, continuamos sin hacerlo (aunque el Estado se empeñe, vía déficit y deuda pública, en que España entre en suspensión de pagos, tanto públicos como privados).
La socialdemocracia utiliza un potente argumento para respaldar el expolio, la merma de libertades y la intervención: proteger al desamparado, a quien no tiene acceso a cierta información, a quien no está educado para preveer por sí mismo, a quien no puede hacerlo por hallarse en un extremo marginal, o simplemente su capacidad no da más de sí.
Todo este entramado de protección y procura existencial se alza como garantía de unos cuantos, no más del 10% o 20% de la población, en torno a los cuales se organiza el Estado dispensador, garante y maternal. Pues bien, esos mismos, al parecer, son quienes con más intensidad han sido «víctimas» de la distorsión de señales, el crédito artificialmente barato, la creencia de que se puede tener hoy todo lo que una vida productiva puede llegar a generar, más incluso, porque se estima que el bien convertido en su única y más importante inversión (la vivienda), les deportará una falsa sensación de riqueza que, a su vez, los inducirá a continuar recurriendo al crédito fácil… En esa espiral han caído, en general, aquellos que justifican que el resto, repito, entre el 80 y el 90% de la población, soporte los efectos del sistema de intervención, que no solo se traducen en forma de impuestos, sino que además contribuyen a expandir el espíritu de irresponsabilidad, la ignorancia o la necedad que se les presume a los pobrecitos que tanto han abusado del sobreendeudamiento. Y de esta forma, semejante actitud, semejante ingenuidad o irresponsabilidad, se han extendido entre cada vez más número de consumidores e inversores, con las consecuencias que todos conocemos.
Que muchos buenos empresarios se hayan salvado, por ahora, o que muchos consumidores no hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, solo indica que a pesar de todo, muchos lo sí lo han hecho, y que su número ha sido tan elevado, no porque sean muchos los necios, sino porque el sistema de intervención induce que sean más y más y más…
Saludos!
Tienes un blog acojonante. Felicidades.
Gracias hombre! 🙂
Mas que intervención estatal, yo hablaría de municipal o regional porque el Estado carece de estas competencias. Es junto a la Orden de Malta el unico estado sin territorio.
«Todo este entramado de protección y procura existencial se alza como garantía de unos cuantos, no más del 10% o 20% de la población, en torno a los cuales se organiza el Estado dispensador, garante y maternal.»
Es raro encontrar en las teorizaciones de la izquierda una cuantificación como la que tú haces. En los textos divulgativos no lo he visto nunca y aún más, en los dos ámbitos que conozco a fondo la evitan sistemáticamente llegando al embuste cuando no les queda otro remedio (por ejemplo, cuando hay que publicar estadísticas sobre cualquier tema).
La pirueta intelectual que hace pasar del «hay gente descolgada» (en tal o cual asunto) al «todos esclavos» se me antoja cada día más alucinante. Mejor dicho, me resulta cada vez más sorprendente que funcione con tanta facilidad. Hay que tener en cuenta que incluso desde la óptica de izquierdas hay soluciones muy baratas y mucho más eficaces para esos «descolgados» que la de hacer pasar a todos por el igualitarismo. Ejemplos no faltan en sanidad, educación, asistencia en general. Por ejemplo, es más barato y eficaz desgravar en concepto de obras de caridad o la asistencia directa a la gente con verdaderos problemas.
No me sorprende el totalitarismo del que usa a los pobres como coartada para robarnos la libertad, la naturaleza humana es así, sino la mentalidad de esclavo de los que se dejan convencer con esa coartada (aunque supongo que también es la propia naturaleza humana).
Excelente entrada. Irrebatible.
Para mí el mayor timo del estatismo (en sentido amplio, también ayuntamientos y autonomías son Estado) son las leyes gracias a las cuales un terreno rústico de valor aproximado 1,5€/m2 (en las afueras de cualquier ciudad pequeña) añada unos tres ceros a su precio por el mero hecho de que unos mangantes lleguen a un acuerdo y firmen un papelito. Convierten un bien abundante (no hay más que coger un avión para comprobarlo) en escaso, para lucrarse (los que firman y sus amiguetes).
Es exactamente lo contrario del libre mercado. Y además tienen convencida a la gente (a base de repetir el mantra) de que la culpa de los altos precios de la vivienda es el «liberalismo desatado» y mandangas así.