35 AÑOS SIN LUDWIG VON MISES.
1. Vida y vivencias
Murray N. Rothbard recuerda en Lo esencial de L. von Mises, una cita que su maestro les dijo en alguna ocasión durante sus seminarios en los EEUU: “No les amedrante hablar, señores; tengan presente que, por erróneo e infundado que sea lo que sobre el tema digan, lo mismo ya anteriormente habrá dicho algún eminente economista”.
Admito que al leer dicha cita, como también al avanzar en la Autobiografía de un liberal misiana, sentí y siento cierta emoción. La figura de Mises despierta en mí una impresión muy llamativa; la vida y obra de Mises no pueden pasar como cualquier biografía más para cualquier liberal consciente de su credo. Su paso por este mundo y el legado que nos ha dejado, sirven como testimonio de lo que debe ser la lucha del que cree sin ambages en la libertad y en el ser humano como centro de toda acción científica y política.
Mises nació el 29 de septiembre de 1881 en Lemberg, hoy perteneciente a Ucrania, por aquel entonces parte del imperio austro-húngaro. No tuvo una infancia incómoda, o eso podemos pensar dado el estatus familiar. Se doctoró en Derecho y Economía en 1900, siendo miembro del seminario de Böhm-Bawerk.
Contrajo matrimonio en Ginebra, en 1938, con Magit Sereny-Herzfeld.
Una vez fallecido, su esposa tomó el manuscrito de su autobiografía con la intención de publicarlo. Margit desvela que su marido atravesó “un periodo de profunda depresión” hacia diciembre de 1940, en el momento de escribir ese texto. Por aquel entonces, y con razones más que obvias (dado el contexto histórico y su vida hasta el momento) Mises rezumaba pesimismo, advirtiendo el desastre generalizado que produjo el abandono del capitalismo y el liberalismo.
Comenta de una forma simbólica que quizá “el archiduque (Rodolfo de Habsburgo, alumno y amigo de Menger) no se suicidó ciertamente por una mujer, sino porque no tenía esperanzas en el futuro de un imperio y de la civilización europea” (p.68). Desde 1914, en el periodo de entreguerras y, durante es ascenso y consolidación de Hitler en Alemania, Mises sufrió en primera persona los horrores del socialismo, del ánimo liberticida, totalitario. Tuvo una vida abocada a la depresión psicológica; motivos no le faltaron. Hayek también sufrió de este mal, pero en su caso con mayor intensidad .
Entre 1909 y 1938 Mises formó parte de la Cámara de Comercio e industria de la Baja Austria, que en 1920 tomó el nombre de Cámara Vienesa para el Comercio, la Artesanía y la Industria. La carrera universitaria le estaba vedada, así que fue una buena oportunidad. Mises reconoce que a pesar de ser un funcionario más, orgánicamente hablando, llegó a ser “el economista del país” (p.106). El gran profesor tuvo vedada la entrada en el ámbito donde habría sido posible ilustrar a jóvenes mentes en un método y un paradigma a favor de la causa de la libertad.
Mises aceptó el ostracismo y se volcó en sus funciones, sin renunciar a la posibilidad de conectar con discípulos y compañeros a través de su seminario. Sólo consiguió ser nombrado, en 1918, profesor extraordinario en la facultad de Derecho de la universidad de Viena.
Merece la pena hacer mención de la anécdota comentada por Hayek en su introducción a la autobiografía de Mises. Comenta que fue recomendado por Wieser, tras doctorarse en Derecho, para ser subordinado de Mises, quien al entrevistarse con él llegó señalar que nunca le “había visto en sus clases”. En 1924, al regresar de América, Hayek fue admitido en su seminario. Dice Hayek que la Escuela Austríaca, a finales de los 70, “está hoy en actividad, casi exclusivamente en los EEUU, está compuesta por los seguidores de Mises y está basada en la tradición de Böhm-Bawerk”. Mises fue quien mantuvo con vida el ideal nacido de la mano de Menger llevándolo desde Austria a los EE.UU.
En el Despacho de la Cámara de Comercio dio vida a su Seminario de dos horas semanales sobre problemas de teoría económica. La afluencia, excepcional en comparación con otros seminarios sobre temas económicos y de ciencia social en general, rondaba los 50 asistentes. A estos no les convenía aparecer como alumnos suyos si querían obtener habilitaciones y demás dispensas estatales. Mises formó una gran biblioteca en su amplio despacho para compensar la prohibición de entrada a sus alumnos a la biblioteca del Seminario de Economía política. De este círculo surgió la joven Escuela Austríaca de economía. Mises no se tomaba a sí mismo como el gran maestro del resto; humildemente se autodefinía como un Primus inter pares.
Para darle fuerza y entidad al seminario, fundaron una Asociación, la Nationalökonomische Gesellschaft. En 1938, con la anexión a la Alemania nazi, aplicando las leyes de Núremberg, se forzó la expulsión de todos los judíos. Fue el fin definitivo de la agrupación (Mises y muchos otros eran Judios).
Vivió en primera persona los años más funestos de la historia de Europa central, el fin del Imperio Austro-Húngaro y el nacimiento de un Estado Austriaco por muchos considerado como incapaz de sobrevivir. Tras sus vivencias en la Gran Guerra, Mises adopta una posición responsable y comprometida con su país. Es él mismo quien se atribuye uno de los logros más importantes en aquel momento de crisis. Reconoce que “si en el invierno de 1918-19 no se impuso el bolchevismo, y si la quiebra de la industria y de los bancos no se produjo ya en 1921 sino sólo el 1931, se debió en buena parte al éxito de mis esfuerzos” (p.106).
Gracias a su labor de presión sobre Bauer, líder socialdemócrata, y a la colaboración de Wilhelm Rosenberg, antiguo alumno de Menger, logró que el equilibrio presupuestario y el bloqueo de la emisión de billetes estabilizaran la situación económica del país y, aseguraran el mantenimiento del orden público. Por otro lado también consiguió convencer a los cristiano-sociales en abolir las subvenciones para mantener artificialmente los precios. Mises no fue sólo un teórico, un profesor de economía, sino que contribuyó, y de qué forma, al auténtico bienestar social que sólo con un buen criterio puede alcanzarse en situaciones tan tensas y desesperadas.
Hizo frente en la medida de sus fuerzas a “la leyenda de la incapacidad austriaca de supervivencia” que “se convirtió para los nacionalistas alemanes en el argumento puntero a favor del Anschluss” (p.117) Curiosamente, en 1922, tras el saneamiento “misiano”, Austria estaba gobernada por Cristiano-sociales y partidarios de la “Gran Alemania”.
Aceptó en 1934 la cátedra de relaciones económicas internacionales en Ginebra (Institut Universitaire des Hautes Études Internationales), aunque conservó su puesto en la Cámara de Comercio. En 1938, tras el Anschluss, tomó la decisión de no volver a Viena hasta que no cayera el III Reich alemán. Influyó para aceptar la plaza ofrecida en 1934 el hecho de que desde dos años antes había alcanzado su derecho a la jubilación en la Cámara de comercio. Irse a Ginebra fue para Mises una liberación, al poder alejarse de sus tareas políticas. En Ginebra percibió un espíritu Liberal que no halló nunca en Viena.
Su marcha hacia los EEUU dejando Suiza se debió a que “no podía soportar vivir en un país que sentía mi presencia como un peso político y un peligro para su seguridad” (p.166) El matrimonio von Mises llega en 1942 a New Jersey con lo puesto. Su autobiografía comenzó a ser escrita en otoño de 1940. El propio Ludwig comentó a su mujer, Margit, que eso era todo, “no es necesario que la gente sepa más sobre mí”. Fue publicada en 1977, 4 años después de su muerte.
Nunca logró una cátedra retribuida en EEUU. Tuvo que conformarse con ser profesor invitado en el Graduate School of busness Administration de la Universidad de Nueva York en 1945. Rothbard recuerda con emoción las jornadas de seminario con Mises: “cuantos gozábamos del privilegio de asistir al seminario misiano de la U. de Nueva York comprendíamos que no sólo estábamos ante un economista excepcional, sino además ante un maestro incomparable” (Lo esencial de L. von Mises). En 1969 se retiró, lúcido y activo, de la vida académica. Murió el 10 de octubre de 1973.
Hayek comenta de su maestro que “nunca fue realmente un verdadero especialista”, hizo “una interpretación global de los fenómenos sociales” (p.34). De hecho el propio Hayek reconoce que el mismo “no creía al principio que sus argumentos fuesen completamente convincentes, y sólo (se) iba dando cuenta lentamente de que él (Mises) tenía razón en lo principal, y de que, después de cierta reflexión, podría encontrarse una justificación que él no había explicado” (p.41). Conservó cierta distancia epistemológica con quien le descubriera en su momento el grave error intelectual que supone el socialismo. Hayek, hasta ese momento fue un socialista fabiano. Al comprender la incapacidad de organizar el orden social de la nada comenzó su reflexión sobre el mismo, produciendo los grandes avances teóricos que hoy podemos disfrutar en todas sus obras.
Concluyo esta parte rescatando una cita de Mises donde queda en evidencia el pesimismo comprensible con el que encaró la confección de sus breves memorias: “Quería convertirme en un reformador, y en cambio me he convertido sólo en el historiador de la decadencia” (p.147).
2. Su lucha
Con el cambio de siglo, en torno a 1900, el dominio intervencionista y del Socialismo de Estado era irresistible a todos los niveles. Universidades, cátedras y teóricos, todos participaban en la danza macabra que alimentaba el estatismo. El propio Mises confiesa en su Autobiografía que él fue un intervencionista, pero al mismo tiempo antimarxista. Sus primeras dudas surgieron al estudiar la vivienda y el trabajo doméstico como encargo seminal. Por los elevados impuestos, entre otras razones, “Austria era un país que no conocía la especulación inmobiliaria” (p.59).
Mises cayó en la cuenta de que todo acto de intervención, en busca de fines concretos, por muy loables que estos fueran, nunca sería capaz de superar la capacidad coordinadora del mercado libre. Es más, la coacción sistemática e institucionalizada sobre el proceso social genera deficiencias e impide el ajuste espontáneo que sólo la perspicacia empresarial es capaz de promover. Mises fue el primer austríaco en enunciar el teorema de la imposibilidad del Socialismo. El concepto (Socialismo) puede dar lugar a confusiones, y como señala Huerta de Soto, casi un siglo después de la gran aportación misiana, es hora de redefinir y adecuar el término: estatismo sería, de este modo, mucho más apropiado con lo que pretende resolver el teorema.
Mises dedica toda su vida a la lucha contra el ideal socialista, no por consideraciones éticas o morales, aunque también, como muchos otros liberales (la mayoría legos en economía, o simplemente detentadores del paradigma equivocado) sino por razones de ciencia económica, por mero contraste con el orden de mercado libre.
Cuando en 1914 estalla la gran guerra entre los imperios centro europeos y las potencias occidentales (el Rhin fue, y sigue siendo en muchos elementos, un límite entre dos visiones distintas aunque conexas de la misma civilización) se confirman los peores augurios de un Menger pesimista. El propio Mises reconoce que “la guerra fue el resultado de la ideología que durante mucho tiempo habían enseñado todas las cátedras alemanas. Los profesores de las facultades de economía contribuyeron diligentemente a la preparación espiritual de la guerra” (p.97). De ahí su frustración académica, su personal lucha, las consecuencias que tuvieron sus posiciones teóricas e intelectuales. Mises luchó contra el orden establecido en pos de una paz que sólo puede proporcionar el orden libre de mercado.
“Sólo con un dominio perfecto de la teoría económica es posible comprender los grandes problemas de la política económica y de la política social. (…) Sin embargo la decisión política no la toma el economista, sino la opinión pública, o sea el pueblo en su globalidad. Es la mayoría la que decide lo que hay que hacer” (p.99). La combinación entre una estrategia de manipulación de la opinión pública con la exaltación de principios manifiestamente acientíficos y erróneos, genera un penoso resultado: pone al pueblo en un camino irreconciliable con la verdad.
A estos efectos, a modo de delatar esta lacra tan generalizada en la clase intelectualmente dominante de la época, comenta Mises que figuras tan relevantes, por distintos motivos, como Keynes, Russell, Laski o Einstein, “no han sido capaces de comprender los problemas económicos”, y al respecto se pregunta,” ¿no es forzoso concluir que el intento de llevar a las masas por el camino correcto no tiene perspectiva alguna?”. Los hechos conducen a una desalentadora respuesta.
“La ventaja de la democracia consiste en hacer posible la adaptación pacífica del sistema de gobierno y del personal gubernamental a los deseos de la opinión pública y en garantizar de este modo la continuidad tranquila e imperturbada de la cooperación social dentro del Estado” (p.101). La democracia puede incurrir en los mismos errores que cualquier otro régimen; es más, dado su funcionamiento y la dinámica de la opinión pública, monstruos como Hitler son fácilmente encumbrados, no tanto por sus méritos o capacidad de convicción como por la propia miseria que una sociedad enferma bajo un régimen representativo envilecido puede llegar a padecer.
La estrategia propagandística brilla por su vehemencia en la pugna sin cuartel abierta entre los totalitarismos del periodo de entreguerras. Cuando hablamos de socialismo, en la definición tradicional, descargada de componentes emotivos y distorsión política, nos referimos a la pretensión de organizar el proceso social vía mandatos coactivos. Varios son los modelos, muchos los contenidos posibles de esos mandatos y los fines que persiguen.
Socialistas, y así reza su denominación, fue el partido nazi, como socialistas eran los bolcheviques. Las conexiones entre el marxismo y el ideario trazado torpemente por Hitler son más que evidentes, hay mucha literatura y rigurosos estudios al respecto (Por ejemplo, Anotaciones sobre Hitler, de Sebastian Haffner). Mises aporta su particular visión, analizando (minuciosamente en la Acción Humana) el tipo de estatismo cultivado en Alemania (Socialismo alemán) como principio que imperó mucho antes de la unificación: “formalmente se respetaría la propiedad privada y la actividad empresarial, pero la dirección de la economía en su conjunto debería obedecer a las directrices de la autoridad central” (p.55).
Como hemos señalado más arriba, Mises no renuncia, por modestia o prudencia, a reconocerse valedor de la resistencia contra el avance comunista en la nueva Austria, después de 1918. Es grato responsable del fracaso del bolchevismo en Viena tras la Primera Guerra Mundial, debido en parte a sus discusiones con Bauer y su gestión económica.
La obra misiana constata el objetivo primordial en su lucha política particular. En economía ahondó en el estudio metodológico, como elemento clave desde el que construir una teoría correcta; y al mismo tiempo realizó un magnífico análisis multidisciplinar en pos de refutar falacias estatistas.
Fruto de esta labor son Liberalismo y Crítica al intervencionismo (1927) publicadas conjuntamente. En el análisis social Mises se preguntó “si los fines perseguidos por quienes las proponen o adoptan (las propuestas políticas y económicas) pueden alcanzarse realmente con ellas” (p.146) La cuestión es saber “qué es” lo que el sistema puede realizar.
“Ni el socialismo ni el intervencionismo pueden lograr la consagración de la racionalidad y de la conformidad con el fin mediante la supuesta afirmación de que la historia conduce a ellos de forma inexorable (…). El Capitalismo no se autodestruye por una lógica interna” (p.146) Mises advierte: los totalitarios manejan dos tipos de argumentos para defender sus posiciones; el del corazón y el de la mente. Este último propone soluciones más eficientes que las habidas en un orden libre de mercado, obviando por completo los fundamentos correctos de la teoría económica. En cuanto a los factores emotivos, Mises nos advierte: si la gente no consigue “soportar psíquicamente el capitalismo, la civilización capitalista desaparecerá” (p.148) Estamos por tanto ante una religión laica, más peligrosa incluso que el fundamentalismo deísta. “El cumplimiento pleno de los mandatos religiosos se ha reservado siempre a los monjes”, el cristianismo no es tomado al pie de la letra, sin embargo el socialismo es distinto: “las masas son socialistas o invocan la intervención del Estado; en todo caso, son anticapitalistas. El individuo no quiere salvar su alma del mundo; quiere cambiar radicalmente este mundo. Quiere hacerlo hasta el fondo. Las masas son inexorables en su coherencia; preferirán destruir el mundo antes que dejarse quitar una coma de su programa” (p.149).
Mises entregó su vida en la lucha contra el más dañino y peligroso error intelectual que el ser humano ha sido capaz de concebir; de hecho, son dos las posturas que podemos adoptar ante la realidad, frente a la inerradicable incertidumbre y la complejidad del proceso social. De nuestra elección, y del rigor de nuestros fundamentos, dependerá no sólo la coherencia científica que seamos capaces de demostrar, sino también la impronta que dejaremos en nuestro paso por el mundo.
3. Los Socialdemócratas austriacos
Sólo hay una cosa peor y más peligrosa para la libertad que un comunista o un nacionalsocialista: los socialdemócratas. La afirmación es mía, no me ruborizo por exponerla en este escrito. Repasando la vida de Mises y la historia austriaca del periodo de entreguerras he sido capaz de reafirmar dicha convicción de la forma más desagradable posible, al tiempo que certera: con los hechos.
Mises nos retrata con astucia y afilada elocuencia en qué consistía y consiste hoy en día el credo socialdemócrata: “todo el mal del mundo brota del capitalismo (…) que desaparecería con la transición al socialismo. Consideraba el alcoholismo como producto del capital productor de alcohol, la guerra como producto del capital productor de armas, y la prostitución un fenómeno exclusivo de la sociedad burguesa. La religión era simple invención de los curas para doblegar a los proletarios. La escasez de bienes económicos se debía exclusivamente al capitalismo, mientras que el socialismo produciría riquezas insospechadas para todos” (p.54). La lectura de estos pasajes de su autobiografía son extremadamente útiles y sobrecogedores; nada nuevo bajo el sol, dirían algunos.
Mises se enfrentó a la vorágine política, económica y social del período de entreguerras. Como hemos visto se atribuye éxitos de los que estamos convencidos que sin él no habrían sido posibles. Los Socialdemócratas, tras comprobar que los sindicatos acataban el plan diseñado por Mises para afrontar la crítica situación tomaron una decisión, el 1 de diciembre de 1921 “invadieron el centro de la capital y comenzaron a saquear y destruir todas las pequeñas tiendas. La policía, resuelta a permaneces “neutral”, no hizo nada para frenarlos. La opinión pública, en cambio, tomó en los próximos días una firme posición contra esta táctica”; se logró su retirada. Anhelar la colaboración de aquellos es más un sueño que una locura. En sociedad surgen tipos ideales que a posteriori pueden ser analizados con cierta fidelidad y precisión.
Hoy en día esos mismos tipos ideales pululan y hacen de las suyas, en uno y otro bando, desde todas las ubicaciones sociales. Tienden hacia posiciones morales y políticas, se agrupan, dan su apoyo a unos u a otros; como dijimos, nada nuevo bajo el sol. Muchos se empeñan en definirlos como derechas e izquierdas, se habla incluso del centro político y de los extremos que se topan. Mera charlatanería que esconde la realidad que subyace al proceso sociopolítico de un orden complejo como el actual (también como el de hace casi décadas).
Están los que fluyen y afrontan la vida, y los que reniegan de lo posible anhelando imposibles bien engalanados. Están los individualistas responsables y los colectivistas atemorizados y brabucones; están los miedosos irreflexivos y conservadores, y los estéticos -más que éticos- progresistas. Están las masas autoconvencidas de su condición y vocación, y las élites, reales o ficticias, económicas o intelectuales, que juegan, se enfrentan, marcan distancias o ansían con encabezar movimientos gloriosos hacia mundos perfectos.
Mises nos da una lección de política advirtiendo el tema clave para diferenciar entre mundos, saber pensar y comprender, e incluso guardar la coherencia teórica a pesar de apoyar a unos u a otros, de verse inserto en avalanchas de opinión y acción: “En la ciencia los compromisos son traiciones a la verdad. En política son inevitables, porque a menudo sólo se puede obtener un resultado práctico conciliando ideas contrapuestas. La ciencia es obra del individuo particular, nunca fruto de la colaboración de varias personas. La política, en cambio, es siempre cooperación de una pluralidad de sujetos, por lo que a menudo tiene que haber compromiso”. (p.107)
Cuando se estudian los años que van desde la primera a la segunda guerra mundial, el historiador puede hacer conjeturas de todo tipo. Con los mismos hechos cabe ser condescendiente con algunos, agravioso con otros, incluso aceptar y asumir el lenguaje que enfrentaba totalitarismos en pugna por esa masa crítica capaz de auparles al poder. Se habla de izquierda, como hemos visto, y de derecha; se engrandece el bagaje moral de una mientras que sobre la otra se amontonan las ideologías más perversas. Salvar a la izquierda, salvar el concepto, salvar a quien lo enarbole orgulloso. Todos socialistas, pero poco importaba, la izquierda es el bien, la derecha la reacción, el pasado, la bestialidad inhumana. Perdidos los conceptos, deformados los términos, todo es propaganda, exitosa propaganda.
Algo caracteriza y define los movimientos revolucionarios y totalitarios de la época. La politización de los individuos, la colectivización bajo la égida de un líder, uniformados y organizados en ejércitos orgullosos, fuerzas de choque, presencia en las calles, símbolos, canciones, camaradería. Mises nos cuenta que “la socialdemocracia disponía de un auténtico ejército de partido, dotado de fusiles y ametralladoras e incluso artillería ligera, con las correspondientes y abundantes municiones, con una tropa de al menos tras veces numéricamente superior a las tropas de que disponía en conjunto el gobierno” (p.121) Preguntó a Bauer al respecto: “¿Qué sucedería si otro partido desfilara por las calles con fuerzas igualmente organizadas? ¿No estallaría necesariamente la guerra civil?” a lo que Bauer respondió: “esta es una pregunta que sólo puede hacer un burgués que no ha entendido que el futuro sólo nos pertenece a nosotros”. Y así trataban que fuera, desde la guardería, la escuela, hasta el centro de trabajo se educaba a los austríacos en esas creencias. El terrorismo socialdemócrata fue contestado por los demás austríacos, creando la milicia patriótica (de tendencias autoritarias), aunque con medios y número de afiliados, en muy discreta comparación con los totalitarios de “izquierda”. Envilecida la convivencia, nada debe asombrarnos de lo que el ser humano puede llegar a ser capaz cuando pierde el orden social que lo sosiega.
El hecho fundamental que alteró la vida de la nueva Austria, mutilada, empequeñecida y codiciada por el pangermanismo, fue el movimiento unionista y su final conclusión en el Anshluss nazi. “En 1918 Otto Bauer había incluido la anexión al imperio alemán entre los puntos programáticos de la Socialdemocracia, convencido de que sólo en el imperio alemán, altamente industrializado, se aseguraría para siempre el dominio del proletariado” (p.169).
En 1934 los socialdemócratas estaban a punto de capitular ante los nazis. Sólo la Italia fascista se interponía entre Austria y la anexión. Los socialdemócratas protagonizaron violentas manifestaciones por las calles vienesas. Cuando los ingleses forzaron la cuestión de Etiopía, cuenta Mises, se entregó Austria a Hitler: “Las simpatías de los franceses eran abiertamente para Hitler, y casi todos los franceses cultos leían el Gringoire, que le apoyaba abiertamente” (p.169).
Recuerda cómo hablando con un laborista inglés se encontró con la siguiente respuesta a la pregunta “¿y si Hitler invadiera Inglaterra?”: “Entonces querrá decir que estaremos dominados y explotados por los capitalistas alemanes en vez de estarlo por los ingleses; para el pueblo es lo mismo”. Muy parecido sucedió en Francia, con la invasión, el Frente Popular y la resistencia, que hasta el inicio de la guerra con Rusia no pasó a la acción.
Después del Anshluss Hitler estaba satisfecho. Ironiza Mises: “Ahora tendría relaciones pacíficas con todos los pueblos. Veintisiete meses después Hitler será el amo del continente europeo” (p.170).
El final de la segunda guerra mundial, la apertura del periodo de guerra fría, la polarización del orden político y económico internacional, los avatares y circunstancias que llevaron a esa hecatombe horrible, han sido maquillados, distorsionados y aprovechados por unos y por otros. Los hechos son los que son y poco puede hacerse al respecto. Seguirá viva la memoria de los que asistieron esos años a la consecuencia del estatismo de la era industrializada. Podrán muchos pretender convertir la contienda en un cuento entre buenos y malos, entre inocentes y culpables, cuando en realidad todos llevaban en su interior la semilla de la destrucción.
No son los bandos, si bien es cierto que la gradación de bondad y ánimo liberal puede llevarnos a ensalzar unos y condenar otros; es la ideología y la política irresponsable de años, de muchos más años de los que historiadores caprichosos pretenden hacernos ver. El fin del libre comercio, el estatismo voraz e insaciable, las revoluciones constructivistas, el imperialismo napoleónico enfebrecido, sus consecuencias, el germanismo, sobre todo eso, el colectivismo con todos sus rostros y calamidades. No podemos sucumbir ante las tretas interesadas, Mises nos ayuda a apreciar la desesperación del lúcido. Las causas nos son claras y evidentes, en gran medida, a los que si estudiamos el proceso, a los que intentamos percibir la realidad con ánimo científico, con el método adecuado. Es más que razonable caer enfermo, hundido en la miseria emocional, cuando se asiste a semejante horror.
4. Methodenstreit
En la Alemania del siglo XIX imperaba una profunda animadversión contra la economía política. Se consideraba al economista un enemigo del Estado, un partidario del librecambio. Mises, de sus contactos con profesores alemanes concluyó que era imposible “salvar al pueblo alemán” (p.136). Eran maestros de una juventud que llevaría a Alemania a su perdición.
En torno al cambio de siglo, en 1900, “el método histórico se consideraba el único método científico de las ciencias de la acción humana” (p.44). Estas leyes obtenidas a partir de la experiencia histórica negaban la posibilidad de una teoría general, universal y atemporal sobre economía. Esta tendencia estaba marcada por una mezcla de ciega veneración del pasado y sus instituciones, con otros planteamientos románticos e idealistas en extremo peligrosos, como se vería unos años más tarde.
De la batalla metodológica y epistemológica entre el historicismo, el positivismo (“El positivismo desemboca en un determinismo materialista” (p.194)) y el subjetivismo, surgió lo que desde entonces se denominó el Methodenstreit. Menger refutó la opción epistemológica de la Escuela Histórica alemana afirmando la existencia de una ciencia diferente a la historia para estudiar la acción humana.
El siglo XX nace con un arraigado estatismo alemán. Bismark (muerto en 1898), su Socialpolitik, el intervencionismo, la legislación laboral, la actitud filosindical, el impuesto progresivo, las tarifas protectoras, cárteles… “los seguidores de la Escuela Histórica y de la Socialpolitik transfirieron entonces su lealtad a los diversos grupúsculos de los que finalmente surgió el partido nazi” (p.198). Frente a esta realidad de la segunda mitad del XIX (la invasión de la buscada legitimación del Reich alemán en el ámbito universitario) surge en Viena la reacción subjetivista, la oposición más contundente y productiva. Mises nos cuenta como “Menger, Böhm.Bawerk y Wieser rechazaron incondicionalmente el relativismo lógico de que adolecían las enseñanzas de la Escuela histórica prusiana. Contra la postura de Schomoller y sus seguidores, sostenían que existe un cuerpo de teoremas económicos válidos para toda acción humana prescindiendo de las circunstancias de tiempo y lugar, de las características nacionales y raciales de los autores, de sus ideas religiosas, filosóficas y éticas” (p.203).
De este conflicto surge la Escuela Austríaca, pero no como una consagración desde dentro, conscientes de su nueva situación como escuela definida, sino desde fuera, a través del mecanismo más eficaz para colectivizar sentimientos y posiciones intelectuales. Cuenta Mises que “cuando los profesores alemanes aplicaron el calificativo de “austriacas” a las teorías de Menger y sus primeros seguidores y continuadores, lo hicieron en sentido peyorativo” (p.205)
“Las universidades alemanas eran propiedad de los distintos reinos y granducados que formaban el Reich y por ellos eran gestionadas. Los profesores eran funcionarios públicos y, como tales, tenían que respetar rigurosamente los reglamentos y las órdenes dictadas por sus superiores jerárquicos, los burócratas de los respectivos ministerios de instrucción pública” (p.190). Estaban vedadas al subjetivismo.
La revolución subjetivista, de mano de los austriacos, abrió el camino para la reformulación de la economía clásica. Por algún tiempo, el mainstream pertenecía a los planteamientos defendidos por Menger y sus sucesores, “el número de economistas extranjeros que prosiguieron la labor iniciada por los “Austríacos” fue en constante aumento. (…). En torno al periodo de la muerte de Menger (1921), nadie distinguía ya entre Escuela austriaca y el resto de la economía” (p.206)
Dentro de este enfrentamiento entre austríacos y alemanes, Mises busca los orígenes de todo el horror vivido en la primera mitad del siglo XX bajo la égida del estatismo y sus manifestaciones extremas y consustanciales. Nietzsche y Georges Sorel “acuñaron la mayor parte de los eslóganes que guiaron las carnicerías del bolchevismo, del fascismo y del nazismo. Intelectuales que exaltaban el placer del asesinato, escritores que invocaban la censura, filósofos que juzgaban los méritos de un pensador o de un autor no sobre la base del valor de sus aportaciones sino según las hazañas realizadas en el campo de batalla, estos fueron, en nuestro tiempo, los líderes intelectuales de la perenne lucha contra la idea de la cooperación pacífica entre los hombres” (p.209) Es importante recalcar ideas como éstas, siguiendo el curso discursivo ya utilizado en otros apartados, para abrirse camino en el marasmo de tergiversaciones, lugares comunes y caprichosas interpretaciones que se han hecho sobre los orígenes del periodo más triste del hombre civilizado. “El mezquino rechazo de la civilización occidental (…), que culminó en el nazismo, se originó en una radical denigración de la economía política”. (p.185)
“La Escuela histórica negaba enfáticamente que pudiera haber teoremas económicos de validez universal” (p.188) “La economía política la describían como la ciencia de la producción y de la distribución de la riqueza” (p.189). Esa fundamental distinción trazada por la epistemología mengeriana, posteriormente desarrollada por los miembros de la Escuela Austríaca de Economía, salvó moralmente los logros paulatinos alcanzados por los economistas en el pasado. Sin la posición austriaca y, sus seguidores y estudiosos, posiblemente no tendríamos hoy la base necesaria para, a pesar de todo, seguir adelante.
A todo esto, cabe resaltar la identificación misiana con el utilitarismo moderado, circunstancia que queda patente en toda su obra, pero más si cabe en la siguiente cita, cuando afirma que “la sociedad, es decir la cooperación pacífica de los hombres bajo el principio de la división del trabajo, sólo puede existir y funcionar si se adoptan políticas que el análisis económico declare idóneas para alcanzar los fines perseguidos. La peor ilusión de nuestro tiempo es la supersticiosa fe en panaceas que –como los economistas han demostrado de manera contundente- son contrarias a los fines que se pretende alcanzar” (p.210). Es una buena manera de cerrar su autobiografía.
6. La Acción Humana
Tratado de Economía escrito en inglés en 1949, refundando el Nationaloekonomie. Debemos analizar La Acción Humana desde varios puntos de vista, sin perder el referente de la motivación de Mises, su actitud y rigor intelectuales, así como el acierto logrado en su sistematización teórica. Semejante monumento a la teoría económica sirve como colofón de toda una vida dedicada a la profundización de los conceptos y teoremas logrados por sus predecesores y maestros de la Escuela Austríaca.
Mises se vio en la necesidad de generar una nueva ciencia, la ciencia de la acción humana o praxeología, propiamente dicha, como un enunciado autónomo capaz de alcanzar el puesto que le corresponde dentro del abanico de las ciencias sociales. Su brazo más desarrollado es la economía, en la que él mismo, pero antes sus predecesores austriacos, habían formulado principios metodológicos y epistemológicos fundamentales. El subjetivismo, el individualismo metodológico, el método lógico deductivo, son las formas óptimas para el estudio económico.
Mises recurre al dualismo metodológico como estrategia intelectual. Cubre sus espaldas, como buen utilitarista, advirtiendo que sus afirmaciones se basan en lo que actualmente es conocido, no pretendiendo pecar de racionalismo extremo, ni siquiera, al emitir sus enunciados praxeológicos.
Sintetiza los aciertos científicos de sus antecesores, unidos a los suyos, advirtiendo que en la construcción teórica pretendida, todo debe emanar de un punto irrefutable y no contradecible, un axioma. La acción humana es el punto de partida, el principio que no cabe negar sin caer en contradicción, la piedra sobre la que levantar su teoría. De forma satisfactoria engarza los elementos y crea un sistema ordenado, sistemático, científico. Su superioridad epistemológica y metodológica es evidente, sus resultados permiten al economista analizar la realidad, la acción del ser humano, las ideas sobre las que es formulada esta parcela de la ciencia social, con un resultado incuestionable, lógico deductivo, produciendo leyes praxeológicas perfectas. Ese es el mérito misiano, es la gran obra de su Acción Humana.
Él mismo previene la crítica por fatal arrogancia mal entendida, por un racionalismo extremo no coherente con su tónica intelectual general. Mises es un utilitarista que se da cuenta de que la ciencia económica es manifiestamente apriorística, lógica. Bandea entre su doble posicionamiento y reitera, antes y después de finalizar su magna obra, bases epistemológicas que le permiten estar y no estar, pecar sin pecar. La acción humana como movimiento deliberado del Hombre en pos de mejorar un situación de malestar adoptando medios subjetivamente considerados, ejercido dentro de un tiempo subjetivo, praxeológico, siguiendo fines que son valorados, como los medios, subjetivamente.
Puede que muchos adviertan carencias, que pretendan corregir la definición. De ella deriva el orden praxeológico, la tentación es evidente. Pero Mises previene: es de esta idea de acción, de este axioma que no cabe negar sin contradecirse a sí mismo, del que emana una teoría económica, una serie de leyes de tendencia que no cabe refutar siempre y cuando los razonamientos lógico deductivos se hayan practicado sin errores. De aquí obtenemos la verdadera ciencia económica, frente al historicismo, el positivismo o el cientismo. Los resultados son evidentes, por lo que tratar de corregir por el mero hecho de buscarle las cosquillas al maestro, no es más que incurrir en un manifiesto ánimo lesivo, sin más.
Mises en Teoría e Historia cubre los flancos de su praxeología, de su método y actitud epistemológica. En nuestra humilde opinión, La Acción Humana y la praxeología satisfacen, tal como están, el rigor científico fundamental, si bien es cierto, y como el propio Mises invita a hacer, puede que en el futuro quepa aportar y matizar
.Las palabras de Rothbard ilustran sobre el mérito y contenido de la Acción Humana:
“Human Action era precisamente lo que se necesitaba, la ciencia económica toda, elaborada partiendo de sólidos e inconmovibles axiomas praxeológicos, centrada en el análisis del hombre que actúa, que persigue objetivos específicos y diversos, bajo las condiciones objetivas de este nuestro mundo real. Disciplina deductiva, que va sucesivamente exponiendo las lógicas implicaciones que del actuar humano derivan (…) Se había, al fin, escrito aquel completo análisis científico, que tanto se añoraba, pero que parecía improducible. Era una obra cabal y cumplida, íntegramente racional, el tratado, hasta entonces, ignoto. Por primera vez, iba a poder estudiarse la economía de la acción humana”.
Continua diciendo que “Human Action aporta además metodología crítica de los hoy tan en boga sistemas estadísticos y matemáticos (…), sistemas que prácticamente han excluido el lenguaje y la lógica discursiva del análisis económico. Mises justificaba así la postura anti-matemática de clásicos y austriacos (…). Porque las tan sobadas ecuaciones, en el mejor de los casos, lo único que describen es aquel mundo intemporal, estático y fantasmático de la economía en equilibrio general, en uniforme giro. De ahí que las matemáticas, en el terreno económico, no sólo resulten inútiles, sino además engañosas, tan pronto como se apartan uno de aquel imaginario Nirvana de la regular economía, pretendiendo, en cambo analizar la realidad que nos circunda, ese mundo donde el factor tiempo opera, donde hay anhelos, donde se hacen planes, donde éxitos se cosechan y fracasos de padecen”. (Lo esencial de L. von Mises)
Hacemos nuestras las conclusiones rothbarianas y finalizamos este apartado destinado al tratado básico que todo economista debería conocer y estudiar, es más, toda persona que pretenda considerarse instruida y culta tendrá que haber leído antes la Acción Humana.
7. Legado Misiano. La Escuela Austriaca de Economía
Según Rothbard “Carl Menger (…) formuló la auténtica teoría neoclásica hallando final solución al problema otrora inexplicable”, la paradoja del valor. (Lo esencial de L. von Mises)
En 1871 Menger concluye sus Principios de Economía Política. Fue en el extranjero, haciendo referencia a los autores marginalistas austriacos, donde se les empezó a denominar de este modo, incluso de forma despectiva. En 1883, como antagónica de la Escuela histórica alemana, se acuñó el término de “Escuela austríaca de economía”.
Rothbard, con su habitual destreza historiográfica, nos previene de cuál pudo ser el hecho relevante que hiciera de Viena el centro de semejante despliegue intelectual y científico a finales del siglo XIX. En 1867, con la Constitución liberal, comenzó la etapa de mayor libertad de Austria, jamás vista en una tierra sumida hasta el momento en el dirigismo férreo. Pocos años después, Mises tuvo que elegir, en su época de estudiante, entre las dos escuelas vivas: la joven corriente iniciada por Menger, o la corriente principal germana basada en el estatismo desbocado y la filosofía hegeliana: “por Austria no vagaba el espectro de la dialéctica hegeliana. En Austria no se consideraba un deber nacional la “superación” de las ideas de Europa occidental. En Austria el eudemonismo, el hedonismo y el utilitarismo no eran proscritos sino estudiados”. (p.73) Fueron unos años de alto interés por la ciencia económica en Viena, la Escuela austriaca representó una ráfaga de aire fresco para los inquietos.
Mises nos relata la situación en la que él tuvo contacto con la incipiente Escuela: “cuando me matriculé en la Universidad, Carl Menger estaba a punto de dejar la enseñanza. No había por entonces señales de una Escuela austríaca de economía, yo no tenía el más mínimo interés por ella” (p.67). Fue la lectura de Los principios de economía política de Menger lo que transformó a Mises en un economista introversivo.
El abuelo de Mises le contó una conversación con Menger en la que este advertía: “la política que persiguen las potencias europeas conducirá a una guerra espantosa que terminará con revoluciones devastadoras, con el total aniquilamiento de la civilización europea y con la destrucción del bienestar de todas las naciones. Ante estos inevitables acontecimientos, el mejor consejo que se puede dar es invertir en oro y tal vez en obligaciones de los países escandinavos”. Y así hizo Menger. (p.68) Sirva como ejemplo de la genialidad de este economista, inspirador de muchos.
Mises puntualiza reconociendo que Wieser nunca “captó efectivamente el núcleo del subjetivismo, y ello fue causa de muchos equívocos fatales” (p. 70), es decir, en sí mismo, no puede considerársele miembro con pleno derecho de la Escuela. Sin duda, el mérito incontestable de la Escuela Austríaca de Economía ha sido “el haber formulado una teoría de la acción económica y no una teoría del equilibrio económico, que es sinónimo de inacción” (p.70), si bien es cierto que fue él quien sintetizó con rigor, y el nivel requerido, todas las aportaciones, propias y de sus predecesores, en su magna obra, La Acción Humana.
Mises fue parte del seminario de Bömh-Bawerk hasta 1913, siguiendo la corriente más leal a los planteamientos mengerianos. Su maestro fue ministro de finanzas austriaco. De él comenta que “desarrollaba ideas que iban más allá de lo que ha quedado consignado en sus escritos” (p.75). Los que sólo recientemente en nuestra vida académica hemos adquirido consciencia de la tarea fundamental de los seminarios en la exposición, desarrollo, aprendizaje y progreso de las ideas, leemos al maestro con emoción y una sensación de sana envidia por haber asistido a los organizados por Bömh-Bawerk.
El mismo sentimiento se desprende de lo que Rothbard comenta sobre los seminarios neoyorquinos de Mises. De esta sucesión sólo nos queda la certeza de que los seminarios de hoy serán la envidia de los pensadores del mañana, lo cual debe hacernos sentir orgullosos y satisfechos por enraizar una tradición marcada por los grandes predecesores de la Escuela Austríaca de Economía. Dice Mises con sabiduría que “los economistas no se pueden formar en criaderos” (p.70), pero por desgracia esa es la tendencia mayoritaria de nuestros días.
De entre las grandes aportaciones de Mises a las ciencias económicas y de la acción humana haremos comentario de dos siguientes:
-Teoría del dinero: Mises, según Rothbard, “demostró que el precio del dinero, es decir, su poder adquisitivo, quedaba predeterminado en el mercado igual que el precio de cualquier otro bien, a saber, por la demanda del mismo, demanda engendrada por la utilidad marginal de la mercancía, en este caso, la unidad marginal de la moneda: el deseo de terne dinero” (Lo esencial de L. von Mises)
Mises publicó La Teoría del Dinero y de los Medios Fiduciarios en 1912. Por aquel entonces, preponderaba la creencia de que la teoría del dinero podía aislarse “del contexto total de los problemas económicos” (p.90). Por esa razón, impulsado por un rigor del que muchos carecían esos años, asumió que “para elaborar una teoría del dinero, era preciso destruir la idea de que puede existir algo así como el cálculo del valor o incluso la medida del valor; de que, conociendo el “valor” de una porción de una provisión de bienes, se puede calcular el “valor” de toda la provisión, o que, inversamente, conociendo el “valor” de toda la provisión, se puede calcular el “valor” de sus porciones. En general, había que eliminar la hipostatización del “valor” y demostrar que existe ciertamente un valor y una valoración por nuestra parte, pero el uso de la expresión “valor” sólo puede tener sentido si define objetos valorados o el resultado de un acto de valoración” (p.91). El propio Mises explica con precisión su ardua tarea y el método seguido.
“A la economía política matemática le di el golpe mortal demostrando que la cantidad de dinero y el poder adquisitivo de la unidad monetaria no son inversamente proporcionales” (p.93) MV:PY. La teoría cuantitativa del dinero reinaba por aquel entonces, como lo había hecho ya años atrás, dentro de la dicotomía clásica y la suposición del velo monetario. Incluso Menger y B-B habían partido de “la tácita suposición de la neutralidad del dinero”. Mises es quien introduce la razón fundamental que implica la necesaria no-neutralidad del dinero: “el cambio de poder adquisitivo no modifica simultáneamente los precios de las distintas mercancías y servicios” (p.94).
De este modo logró refutar la teoría cuantitativa del dinero. Creemos conveniente, por la claridad de conceptos y exposición recurrir a las palabras Rothbard cuando dice que “todo incremento de la oferta dineraria tiende, desde luego, a reducir el valor de la unidad monetaria; ahora bien, en cuánto efectivamente llegue a descender, si es que, en definitiva, se reduce el valor del dinero, depende de lo que, al tiempo, esté sucediendo con la demanda, con la utilidad marginal de valuta, con el afán de los agentes por disponer de medios de pago”.
En lo referido a inflación y Banca Central, Mises, siguiendo el análisis relatado por Rothbard, vemos se llegó sin remedio a la expansión crediticia sirviéndose de la protección y el privilegio sobre las entidades privadas, liberadas de este modo de las infalibles leyes del mercado. “Los bancos centrales constituyeron herramientas inflacionistas, como bien sabían desde un principio sus patrocinadores”. (Lo esencial de L. von Mises)
En la segunda edición de la teoría del dinero, en 1928, Mises introduce su formulación de la Teoría del Ciclo. Antes, en 1926, puso en funcionamiento el Instituto Austriaco de investigación del Ciclo Económico. Rothbard advierte de un hecho singular: “mientras que la mayoría de los economistas de la nueva era de los años 20 (Irving Fisher incluido) predecían un futuro de inacabable prosperidad, gracias a las sabias directrices de los bancos centrales, cada vez más intervencionistas, Mises, por su lado, anunciaba la inminencia de una grave crisis económica” (Lo esencial de L. von Mises). Una vez más, no sólo la calidad teórica pone de manifiesto la genialidad y superioridad misianas, sino que los hechos le otorgan sin matices la razón. Es Mises quien afirma que el verdadero problema de la actividad económica es que hay que preferir entre cosas presentes y cosas futuras, es decir, aplazar acciones. Sólo el mercado permite al hombre hacer cálculos especulativos. (p.144)
–Epistemología: Mises tomó las riendas del ataque contra el institucionalismo y la escuela matemática así como la refutación de esa idea tan equivocada de Mill, el homo economicus. Se pregunta el propio Mises, “¿qué sentido tiene decir que hemos aprendido esta categoría por experiencia si no sabemos decir a qué otro resultado habría podido conducirnos una experiencia distinta” (p.158). A lo que responde sin paliativos: la economía política es a priori.
Mises se enfrenta a la Fatal Arrogancia, que conceptualizaría años décadas más tarde su discípulo Hayek, de las ciencias naturales: “confianza en la seguridad absoluta, univocidad y exactitud de sus teoremas, que en otro tiempo les hacían mirar por encima del hombro a las pobres ciencias del espíritu y a ignorar la economía política” (p.160). Pecó de optimista exponiendo que pronto vería el final de todo aquello. Por desgracia seguimos dominados por su paradigma cientista.
“Hoy, en todo el mundo, y principalmente en EEUU, legiones de estadísticos trabajan en institutos dedicados a estudiar lo que la gente piensa que es la “investigación científica”. Recogen datos proporcionados por los gobiernos y diversas organizaciones económicas; los reajustan, los sintetizan y los imprimen, calculan medias, elaboran gráficos. Suponen que de este modo “miden” el “comportamiento” del género humano y creen que no existe diferencia importante entre sus métodos de investigación y los que se emplean en los laboratorios de física, química y biología” (p.186)
Rothbard se plantea, “¿cómo puede ser científica una disciplina donde no cabe la ponderación ni la medición?”, e interpretando la respuesta de Mises se responde a sí mismo que “la ciencia económica, la teoría del actuar humano, cae fuera del mundo de la física, del de la experimentación. La economía, según claramente vieran los clásicos y los vieneses, parte de unos, muy pocos, axiomas generales, referentes a la esencia y naturaleza de la acción humana, axiomas que el estudioso descubre por introspección. Las verdades y conclusiones que entretejen la ciencia no son sino derivaciones lógicas deducidas de tales axiomáticos principios: que el hombre actúa; que prefiere unas cosas a otras; que recurre a la acción para alcanzar siempre mudables, pero, en cada momento, concretos y específicos objetivos; que el factor tiempo influye al actuar…” (Lo esencial de L. von Mises) Esta es la praxeología misiana.
Rothbard explica, con cierto optimismo, que a pesar del ostracismo vivido por Mises durante toda su vida académica, fueron muchos de sus seguidores y discípulos grandes adalides de la libertad y figuras influyentes en diversos países y sectores, así “Wilhem Ropke, estudiante misiano de la época vienesa, fue quien aportó el necesario respaldo intelectual que salvó a la Alemania Federal del colectivismo, instaurando en el país una economía sustancialmente capitalista. Luigi Einaudi, otro viejo amigo de Mises en cuestiones de libertad económica, logró igualmente librar a Italia del socialismo totalitario. Y un tercer seguidor misiano, Jacques Rueff, fue el consejero el consejero económico que, prácticamente solo, pero sin desmayo, inspiró al general De Gaulle su política sin, por desgracia, conseguir, cual deseara, la reimplantación del patrón oro”. (Lo esencial de L. von Mises) Con sus palabras nos quedamos; con la idea de que han sido, son y serán muchos los que bebiendo de las grandes aportaciones misianas, traerán al mundo un horizonte mejor. Son ellos aquellos que sirven con mayor ahínco y vehemencia al ideal de la libertad. El proceso social y su fortaleza, las leyes mismas del mercado, no podrían solos sin la ayuda de mentes preclaras acertando en sus diagnósticos y estudiando la realidad sin prejuicios.
BIBLIOGRAFÍA
-Autobiografía de un liberal, Ludwig von Mises, Unión Editorial.
-Lo Esencial de Ludwig von Mises, Murray N. Rothbard, Lecturas volumen III (Jesús Huerta de Soto), Unión Editorial.
-The Last Knight of Liberalism, Guido Jorg Hülsmann, Mises Institute.
Muy bueno lo que llevo leído hasta ahora. Gran trabajo!.
Me ha encantado sobre todo esto:
«la propia miseria que una sociedad enferma bajo un régimen representativo envilecido puede llegar a padecer. »
Por cierto, tengo alguna dificultad al comentar en este post: al mantener el cursor dentro de la caja de texto es como si apuntara a donde pone ‘escribe un comentario, o nombre/correo/sitio web’.. que te sale la mano, y la ventanita de snap que sale en wordpress. No se si me explico jeje
Ups, parece que era un problema de mi navegador. Olvídalo!
Gracias! A ver si me compro la biografía escrita por Hülsmann y me la leo con seriedad, jeje
Saludos Ángel! 🙂
La biografía de Ludwig von Mises es la historia de uno de los gigantes de la ciencia económica. Su opus «La Acción Humana» es una obra que no te deja indiferente. Por eso su lectura es imprescindible.
Cuando se lee a Mises o a Hayek (sin perjuicio de otros), llama poderosamente la atención que sus escritos son de la máxima actualidad, aún cuando fueron elaborados hace muchos años. Queda claro, a mi entender, que en estos tiempos de intervencionismo feroz, son absolutamente necesarios.
Me gustaría destacar, a manera de corolario, la que para mí es una de las ideas más importantes que se sustraen del pensamiento de estos dos autores y que por desgracia muchos no quieren entender. Sólo hay dos caminos, el socialismo o el capitalismo. Una tercera vía, como pretenden que sea el intervencionismo del tipo que propugnan los «socialdemócratas», no es posible ya que desembocaría inexorablemente en el socialismo o en algún experimento similar , en el que paulatinamente se irían suprimiendo las libertades individuales a favor del control estatal (ej.: Venezuela).
Propongo, sin su consentimiento, para un futuro gobierno a Huerta de Soto como Ministro de Economía y al Marqués de Tamarón como Ministro de Asuntos Exteriores. Acepto sugerencias para otras carteras.
Un cordial saludo
No se si aquí debo comentar. Acabo de ver el blog y es ya mi favorito. Todos los temas que tratáis me interesan. Un saludo!
Muchas gracias 🙂