EL CAMBIO
La idea misma de cambio encierra intrincados conceptuales que la mayoría no es capaz siquiera de asumir con humildad. El ser humano se aferra a la regularidad allí donde amanece, donde una estación precede a otra, donde cada año repite el curso del anterior. La causalidad hace posible que estructuremos nuestra mente en la observación de lo que nos rodea.
El cambio es fácil de enunciar pero muy complicado de asimilar. Vivimos en la ilusión de la regularidad perenne. Nos asustamos al comprobar que una mañana las cosas no son como en el día anterior. Anhelamos cambios a mejor, manteniendo las cosas en orden. Huimos y renegamos de los vaivenes de la vida, de las malas noticias, de la muerte ajena, del anuncio de la propia. Vivimos sin duda en un mundo cargado de fantasía, distorsionado y acomodado en una estabilidad emocional imposible sin la certeza, falsa certeza, de la regularidad.
De ese espíritu, netamente humano, surgen las dudas, los prejuicios y los recelos. Nada es lo que nos parece ser. Ese es el principio. La humildad intelectual viene después, a regañadientes con la pretensión de extender las regularidades advertidas, en apariencia, en el medio que nos rodea. Las constantes físicas deben ser subsumidas en el análisis de lo humano; eso desean los que con miedo inerradicable asaltan a la incertidumbre con sus falsos fetiches.
No será este el escrito que trate sobre la acción humana. Tampoco pretendo adentrarme en la descripción de los órdenes espontáneos, en la idea de cambio institucional, pero si echaré mano de los elementos que en dichas construcciones argumentales puedan serme útiles para afrontar la crítica que pretendo.
Todo cambia, nada permanece, dijo Heráclito. Puede que fuera el primero en advertir esta verdad. Las ciencias naturales construyen sus hipótesis y teorías en base a la regularidad. Observan relaciones causales aparentemente inmutables, dependencia causa efecto, un conjunto con otro, un acontecimiento con el que consecuentemente le sigue. Esa constancia, inexistente en las ciencias de la acción humana, dota al científico natural de vehemencia petulante frente al resto de estudiosos.
Pero tal constancia pervive tan sólo en las fórmulas, en las ecuaciones estables que dibujan el resultado de sus experiencias. Todo cambia, nada permanece, incluso en las profundidades de las estructuras más básicas y simples que conforman el universo. Qué no sucederá en los supuestos órdenes más complejos.
Una mañana alguien se despertó, contempló el medio que le rodeaba y cayó en la cuenta de que todo estaba cambiando. El cambio es un proceso, sin origen ni final, pero es propio del ser humano que se cree en posesión de la buena nueva, de la originalidad, padre incontestable de la criatura descubierta, creer que el cambio comenzó si no cuando lo advirtió, poco antes.
Detrás del orden espontáneo social, el proceso social mismo, la Sociedad y los procesos de mercado, por complejidad, quizá sea el clima el orden variable más complicado de aprehender y estudiar. El clima cambia, infinitos factores intervienen en ese cambio, muchos han visto en él la constatación de la conocida como Teoría del Caos. La predicción es inútil, no hay una primavera exactamente igual a la anterior, los modelos son toscos instrumentos que si bien dan algo de luz en la neblina inerradicable a la que se enfrenta el científico, nunca serán capaces de incluir todos los elementos que influyen de forma relevante en la variabilidad estudiada.
El ser humano ha perturbado el medio que le rodea. Resulta obvio decirlo. Hace 2000 años éramos un puñado de millones, hoy somos más de 6000. La actividad humana ha variado, ha transformado su entorno, ha alterado el medio ambiente en que habita. Como cualquier otra especie, posiblemente con menos impacto que algunas formas de vida que si alteraron en su momento el clima global, el ser humano supone un elemento más a tener en cuenta en la evolución atmosférica.
Negarle esa cualidad al Hombre es negarle su propia existencia. Hablar sobre el efecto que su obra tiene en la naturaleza parece reiterativo, inútil, obvio. La cuestión radica, o así debería ser, en qué medida el ser humano está especulando racionalmente en cuanto a la viabilidad de su acción en el futuro y las consecuencias positivas o negativas de la misma.
La histeria anticapitalista recorre el mundo desarrollado desde que la primera máquina mejoró la productividad del trabajo. El miedo y la ignorancia lanzaron a los reaccionarios contra la yugular del progreso técnico y la prosperidad social. El cambio ha sido siempre el enemigo; en nuestra vida privada, pero más aun cuando colectivizamos las pasiones y el desconocimiento.
No ha triunfado el Capitalismo, por más que muchos pretendan utilizar esta prebenda insostenible como chivo expiatorio del error intelectual en el que se empecinan. El socialismo resulta ser profundamente ineficaz, al tiempo que inmoral. Su imposibilidad pertenece a la lógica misma en la que el Hombre es y su mundo cambia. Lo que ha triunfado ha sido la convicción de que sin algo de capitalismo, sin algo de mercado y libertad, muerta queda la gallina de los huevos de oro, haciendo del dirigismo un buque encallado y hundiéndose sin remedio.
Para tratar de rematar al enemigo de la igualdad material, profundamente inhumana, se construyen imágenes irreales de un capitalismo vigoroso y autodestructivo. Ya lo hizo Marx. Las leyes inexorables de la historia forzaban el advenimiento del socialismo; el capitalismo haría progresivamente más pobre al proletariado, el sistema quedaba entonces abocado hacia su autodestrucción. Superada la falacia con los hechos, las hordas contemporáneas que patalean en su ignorancia contra viejos enemigos hoy agonizantes pero inevitablemente engordados estéticamente como símbolo contra el que auto reafirmarse en su equívoco intelectual, echan mano de nuevos mitos, nuevas vendettas. Toca hablar de la naturaleza.
El cambio es malo, y lo malo procede del mercado, industrial y capitalista, generador de polución y prosperidad. Sin comprender los procesos, siquiera las razones por las que sistemas productivos altamente contaminantes, sin asumir el coste de la polución emitida, han reinado y reinan proporcionando a los consumidores lo que reclaman, se entregan, los anticapitalistas, en la lucha contra todo lo que suene mutable.
Nadie duda, como hemos dicho, que el Hombre haya afectado al medio, es obvio, lo que sí es cuestionable es que los modelos estáticos que predicen el apocalipsis climático sirvan para proporcionar tal quimera. El científico no puede enfrentarse a la realidad, siquiera para recolectar datos que posteriormente introducir en un estudio del que obtener conclusiones, sin una teoría previa. Quien acuda a la realidad siempre lo hará con una idea preconcebida, con una estructura analítica anterior con la que proceder a la criba experiencial. Los que creen haber descubierto la lógica del cambio abrupto (recordemos que fue el día en el que se dieron cuenta el momento en que el cambio comenzó o tornó en intensidad creciente exponencial) utilizan datos caprichosamente elegidos bajo el auspicio de programas de análisis preconcebidos. El modelo que manejan, aun con todo, incluso acertando con la sesgada recolección, peca de estaticismo. Buscan el orden anterior a la intervención proscrita. Atribuyen una regularidad imperante al mismo, y posteriormente, con el modelo formado, introducen los elementos nuevos. El modelo predice un conjunto de situaciones, interpretadas a la luz de una teoría previa a toda la experiencia; por último se obtiene la conclusión acorde con el impulso primigenio.
Sin asumir el cambio, sin una actitud humilde, sin advertir la complejidad del sistema observado, cualquier modelo que no esté abierto al dinamismo pecará de arrogante generando predicciones imposibles, falsas, ficticias.
Dos apuntes pequísimos:
– No sé si hay tal cosa llamada «cambio climático antropocéntrico» pero, si existe, no seremos capaz de revertirlo con MENOS tecnología, sino con MÁS. Cercenar la libertad humana sólo elimina la capacidad humana para resolver los retos.
– A los que creen que el planeta tiene recursos finitos y, por ende, cualquier «explotación» de los mismos sólo lo empobrece hay que recordarles que SÍ existe un recurso inagotable e infinito: la capacidad humana para innovar e imaginar.
Por cierto:
«Las ciencias naturales construyen sus hipótesis y teorías en base a la regularidad. […] Esa constancia, inexistente en las ciencias de la acción humana, dota al científico natural de vehemencia petulante frente al resto de estudiosos.»
Genial reflexión. Algo parecido puede decirse de la «fatal arrogancia» de ciertos artistas al intentar explicar los procesos socio-económicos con su prisma tuerto y sesgado, como si el éxito ante unas cámaras dotara al individuo de sabiduría…