Saltar al contenido

EL MERCADO DEL ÁTOMO

La energía nuclear, sus orígenes y las aplicaciones técnicas que ha posibilitado su estudio científico son posiblemente, o así ha sido hasta la fecha, elemento de sencilla apropiación por parte del utilitarista para justificar la intervención del Estado.

Para evitar equívocos y no caer en contradicciones internas trataremos de distinguir entre los diferentes mercados que del átomo, por así decirlo, se derivan, pero siempre adjudicando a cada uno el nombre oportuno y ajustado a su naturaleza.

Tomaremos cuatro tipos de mercado en los que oferentes y demandantes concurren en competencia bilateral para hacerse de forma excluyente con un bien o servicio capaz de satisfacer sus fines propios. En el mercado del átomo habrá quien ofrezca a cambio de dinero aplicaciones técnicas o descubrimientos científicos relacionados con la física atómica y nuclear, y quienes ofrezcan dinero a cambio de dichos descubrimientos o ingenios tecnológicos.

Los cuatro mercados, solapados entre sí en más de un punto, son los siguientes: El mercado de investigación científica, el mercado estatizado, el mercado del miedo, y el mercado libre propiamente dicho. Decimos que se topan en más de un área porque el dinamismo, incluso en la intervención y el juicio utilitarista, concreta manifestaciones cuyo análisis reporta una complejidad que sin conceptos y principios claros previos al estudio harían imposible el mismo.

Antes de comentar cada mercado por separado, las zonas grises y controversias más comunes, procedemos a relatar, sin ánimo exhaustivo, los orígenes más relevantes, dentro del siglo XX de la investigación atómica y nuclear.

En 1905 Einstein formuló su Teoría de la Relatividad, que tiene en el dominio nuclear una aplicación incontestable cuya explicación supera el nivel científico-natural de este trabajo. En 1932 Szilard descubre el neutrón, hecho significativo y fundamental para posteriores pasos. En 1903 Lawrence advierte la energía de enlace específica de un núcleo atómico. En 1934 se descubren las reacciones nucleares, y es cuando Szilard idea la posibilidad de crear un ingenio atómico explosivo, una bomba nuclear. En los años 37 y 38 Hahn, Meiter y Strassmann realizan en el Berlín nazi una serie de experimentos consistentes en bombardear uranio con neutrones. El 26 de enero de 1939, durante la 5ª Conferencia de Física Teórica y Aplicada, en la universidad George Washington (W.D.C), Niels Bohr anuncia el descubrimiento de la fisión del núcleo de uranio en la que se originaban 2 nuevos núcleos y varios neutrones. La reacción en cadena, el consiguiente bombardeo de neutrones, libera una cantidad de energía de proporciones cósmicas.

Rothbard en su artículo Science, Technology and Government, de 1959, en el apartado dedicado a la Energía Atómica apunta, como hace a lo largo de todo su escrito, la siguiente afirmación contrastada con la experiencia y el análisis de los distintos campos de investigación. El trabajo del científico, del que descubre, indaga y obtiene resultados que transforman el mapa de conocimiento que precede a su labor, logra grandes resultados dentro de un sistema de investigación asentado en laboratorios pequeños, con poco o ningún personal subalterno, centrado en su trabajo sin otro objetivo que la mera búsqueda de la verdad.

Señala Rothbard y trataremos de dar una explicación suficiente a este dato, que 1940 supone un cambio trascendental en la forma de concebir desde el Estado y las grandes compañías la actividad científica e innovadora. Hasta ese año el desarrollo científico estaba en manos de fundaciones, institutos y universidades, generalmente privadas. Si bien es cierto que las alemanas, cuna de los descubrimientos más importantes, eran de financiación pública, la fijación de objetivos y la labor del personal investigador no pertenecía propiamente dicha a una estructura de planificación gubernamental o empresarial en pos de alcanzar fines u aplicaciones tecnológicas concretos.

En el año 40 nace la BIG SCIENCE, o lo que es igual, grandes equipos de científicos, amplias plantillas de subalternos, completas y enormes instalaciones, y lo que es fundamental, subvención directa o indirecta del Estado, o grandes contratos industriales.

Vemos de esta forma la transformación parcial pero significativa del mercado del átomo en cuanto a la investigación científica. Pasa de detentar unos fines que podríamos denominar humanísticos o meramente científicos, a tener otro tipo de demandantes, que no sólo transforman el tipo de oferta por el hecho de pretender resultados, sino que la intervienen fagocitando el sector hasta sus últimas consecuencias.

¿Qué sucedió en 1940 para que sobreviniera este cambio tan significativo? Muy sencillo, la carrera por la bomba nuclear. Todas las potencias de un mundo en guerra caen en la evidencia, presente desde hacía décadas pero en los últimos años cada vez más acuciante y posible, de que la creación del artefacto explosivo nuclear reordenará, a cualquier precio, el orden de fuerzas interestatal. Nos centraremos en la acción concreta de la potencia vencedora, pero debemos apuntar que el resto trabajaban ya en su propia bomba, en una carrera contra reloj, con distintas consecuencias y frutos.

Los EE.UU. de Norteamérica, aun sin entrar en guerra toman con paso firme su lugar en la batalla por el ingenio de la hecatombe. En 1939 Szilard, como vimos, descubridor del neutrón y primero en idear la posibilidad de la bomba cinco años antes, insta a Einstein para que haciendo valer su prestigio mande una carta al presidente Roosevelt. Einstein sugiere la posibilidad de alcanzar a corto plazo la Bomba, así como la importancia que este hallazgo tendría en la resolución del conflicto y el escenario final de reparto de poder internacional. El Presidente norteamericano forma semanas más tarde el primer comité dedicado al asunto. En 1941 se sientan las bases de la colaboración con Reino Unido. En marzo del 42 se establecen tres laboratorios, en Nueva York, Chicago y California. Nace el Proyecto Manhattan, bajo estricta jurisdicción militar. En diciembre de ese mismo año se instala bajo el estadio de la universidad de Chicago el primer reactor nuclear. El 16 de julio de 1945, Trinity estalla en Nuevo México, teniendo el honor de protagonizar la primera explosión nuclear de la historia. El 6 de agosto explota little boy, lanzada por el célebre Enola Gay, Hiroshima es devastada en un micro segundo.

Decimos que 1940 supone un punto de inflexión en el tipo de trabajo que es propio del científico y su conexión con la aplicación tecnológica del mismo porque nunca hasta entonces se habían asignado tantos recursos por una decisión arbitraria, concentrados todos ellos en pos de un objetivo concreto. La industria había avanzado hasta entonces bebiendo de los descubrimientos de científicos e innovadores, pero nunca a la escala que sentó el proyecto Manhattan en los EE.UU, y sus homólogos en el resto de potencias mundiales. De los despojos alemanes tomarían los vencedores, soviéticos y americanos, ingenios, avances y científicos sin los que  la historia habría sido profundamente distinta.

En 1949, seis años antes de lo que había calculado de ventaja el gobierno norteamericano, la URSS hace estallar su propia Bomba A, de fisión. La carrera por las armas nucleares comienza como antesala de la carrera espacial y demás escaladas acontecidas durante la larga guerra fría. El orden mundial quedó trastocado, al menos hasta que la conocida como Guerra de las Galaxias de Reagan anunciara el actual escudo antimisiles capaz de neutralizar ataques nucleares lanzados en cohetes. Raymond Aron, filósofo y pensador francés nacido en 1905, ha sido uno de los más importantes analistas del equilibrio nuclear y su trascendental influencia en la historia de la segunda mitad del siglo XX.

Nace el mercado estatizado del átomo de la mano de la carrera por la Bomba. Lo impulsa el interés por vencer en una contienda y hacerse con la primicia para sentar las bases de un nuevo orden de poder mundial. De su mano la transformación del mapa científico y tecnológico, de las prioridades, la capacidad del Estado de señalar asignaciones de recursos, que si bien proporcionan frutos evidentes, distorsionan el orden espontáneo de mercado generando un coste de oportunidad inmensurable y perverso.

El mercado del átomo topa aquí con una nueva variante: el mercado del miedo y la disuasión. Lo veremos sucintamente desde sus distintas manifestaciones bélicas y civiles, ya que del miedo hallarán muchos oportunidades que sin él sin duda no serían rentables. La escalada nuclear armando cabezas en misiles de largo alcance hizo al Estado asignar arbitrariamente recursos para satisfacer sus necesidades. La opinión pública aterrorizada por la campaña y la propaganda soportó el coste y aguantó el peso del gasto militar dedicado a la innovación armamentística nuclear. Esta situación amparó al Estado en su pretensión de dominar el mercado total del átomo también en sus aplicaciones civiles.

Con todos los mercados en los que podemos dividir la actividad en torno a la energía nuclear en poder, con mayor o menor intensidad, del Estado, nos queda por analizar el mercado propiamente dicho, el privado, el libre, en el que operan las leyes de la cataláctica. Rothbard, que escribió su artículo en 1959, comenta la gran liberación que supuso la relajación de regulaciones impuestas por el gobierno con la promulgación de la ley de Energía atómica de 1954. Es obvio que con un importante bagaje tecnológico, logrado gracias a los ingenios bélicos (no estamos justificándolos, simplemente relatando la situación), las empresas privadas podían advertir grandes oportunidades de ganancia en torno a la energía nuclear. El trabajo innovador, científico y tecnológico, imitó o participó en la actividad intervenida, en el mercado estatizado del átomo. Bajo un especial, pero muy común desde entonces, concubinato de intereses las aplicaciones civiles, por así decirlo, de los descubrimientos y aplicaciones técnicas nucleares, se multiplicaron e hicieron atractivas para el sector privado.

El mercado libre del átomo se orienta en multitud de direcciones y artefactos que satisfacen necesidades y contribuyen al tiempo al progreso científico. Cita Rothbard como ejemplo la medicina, o los transportes, pero también aplicaciones en muchas otras industrias que únicamente liberando su uso y dejando al mercado solo podrán advertirse oportunidades de ganancia relevantes hacia las que asignar, calculando racionalmente, como sólo es posible en un orden de mercado puro, expectativas, cursos de acción, en definitiva, especulando.

Traemos de nuevo el mercado que hemos denominado del miedo para introducir un poderoso factor que distorsiona y pretende justificar la intervención estatal. La energía nuclear despliega un inmenso poder destructivo. En malas manos, no ya una bomba, el simple hecho de portar material radioactivo, procedente de cualquier actividad donde intervenga la energía atómica, puede hacer de una simple gota de agua un elemento de descomunal capacidad nociva. Sin tener en cuenta los usos violentos derivados, el simple hecho de garantizar la seguridad en torno a residuos, equipos y materiales involucrados en procesos donde opere este tipo de energía son baza más que suficiente, o eso piensan muchos utilitaristas, para legitimar la invasión estatal del mercado libre.

La contaminación y la peligrosidad en la producción de energía usando la fisión nuclear sirven para que los detractores del libre mercado hagan suyo un discurso tremendista y tendencioso. Dicen que el mercado no puede generar los incentivos necesarios para que los empresarios aseguren el riesgo técnicamente hablando. La ilusión de que únicamente el Estado puede, con su acción coactiva y arbitraria, garantizar la salud y la vida de los ciudadanos, peca por lo sesgado de su planteamiento. Fijar un nivel de calidad o de seguridad sólo puede considerarse adecuado cuando responda a la definición meticulosa y progresivamente fijada de los derechos de propiedad y la responsabilidad estricta sobre los costes derivados de sus acciones (hablamos también de una ley penal proporcional y estricta). El Estado puede acertar, o no. El límite puede estar a la altura o no. Únicamente el mercado hace que la interacción entre los distintos agentes que intervienen en él se base en la libertad y responsabilidad de los individuos fijando en cada momento el límite óptimo ajustado al conocimiento científico, a la demanda social y a la capacidad especuladora del empresario. El mercado no es inmoral, eficiencia y ética con dos caras de la misma moneda.

Merece Rothbard que le citemos por su claridad y contundencia: “Si la empresa privada, con sus propios fondos, no está en condiciones de pagar la totalidad de los gastos de su propio seguro, entonces no debería entrar en el negocio. La promoción de la energía atómica con fines pacíficos no es una meta absoluta, como hemos visto, sino que deben competir en el uso de los recursos con otros sistemas y con otras industrias. Toda subvención del gobierno de una empresa, ya sea a través de subvenciones de seguros, o cualquier otro método, debilita el sistema de la empresa privada y de su principio básico de que cada empresa debe sostenerse por sí mismo voluntariamente de los recursos planteados, y distorsiona la asignación eficiente de los recursos para servir a consumidores”.

Vivimos días inciertos y distorsionados por la peor clase de juicio utilitarista. La energía nuclear representa una gran oportunidad para el género humano. El manejo interesado y perverso que de ella hacen los Estados así como la intervención que realizan en pos de objetivos que en el mercado libre no serían perseguidos, o si así fuera, se haría de otra forma y con diversa asignación de recursos, difuminan la nítida aprehensión de los problemas en lid.

Renunciar en base a falacias insostenibles al uso de reactores de fisión nuclear para producir energía supone un coste de oportunidad sin justificación. Solo el miedo y su mercadeo político permiten que otras actividades reciban inversiones vía mandato o subvención sin ser la mejor opción práctica, ni siquiera científica, en términos estrictos, añadiéndoles un coste imposible de soportar (Hablamos de las energías conocidas como renovables cuyos costes de producción son aeconómicos en competencia libre con la nuclear). De igual modo se pretende hoy que el proyecto de la fusión nuclear, ITER, se convierta en un una onerosa carga para la sociedad, desviando arbitraria y coactivamente recursos hacia un propósito, que si bien exhibe la panacea de la producción energética barata y limpia, no tiene los suficientes visos de ser viable a medio largo-plazo, sino a larguísimo o remotísimo plazo (La fusión nuclear no puede contenerse por ningún tipo de material, recurriendo hoy en día a plasmas o láseres que si bien podrían encerrar la reacción no parece que hagan viable utilizar la energía liberada para mover generadores). Es decir, lo que una o varias empresas privadas en consorcio libre y voluntario no emprenderían, no tiene justificación alguna que lo emprenda el Estado, menos aun un conjunto de ellos.

Queda claro el argumento en este comentario. No es la utilidad social lo que debe guiar el juicio del científico social. Sí debe tenerlo en cuenta, sí está obligado a cotejarlo con su estudio, pero nunca partir de sus fundamentos para construir conclusiones válidas. El orden espontáneo y la esencia del ser humano son los únicos factores que deben ser tenidos en cuenta ante la fatigosa empresa de estudiar la realidad del proceso social y de mercado, con más ahínco si cabe en relación con sus aspectos tecnológicos y de innovación.

8 comentarios leave one →
  1. Nonada permalink
    marzo 11, 2009 8:36 pm

    «En 1905 Einstein formuló su Teoría de la Relatividad, que tiene en el dominio nuclear una aplicación incontestable cuya explicación supera el nivel científico-natural de este trabajo.»

    La verdad es que no. La teoría nuclear que usan para hacer cálculos es no relativista con correcciones relativistas. Al menos en la ingeniería. La Teoría de la Relatividad por otra parte lo abarca todo. Más que una teoría en sentido estricto es el marco con el que tiene que ser coherente cualquier teoría aceptable (la teoría clásica y la cuántica no relativista son experimentalmente compatibles con ella a bajas energías).

    La bomba atómica y las nucleares le deben su existencia directamente a la teoría cuántica y bastante indirectamente a la Teoría de la Relatividad.

  2. marzo 11, 2009 10:27 pm

    Hombre, no sé qué entiendes por «aplicación»; no creo que sea una afirmación incompatible con lo que dices.
    Saludos!

  3. marzo 13, 2009 6:04 pm

    En realidad, la base teórica de la fisión nuclear deriva absolutamente de la Teoría de la Relatividad Especial. Su propuesta de unificación de espacio y tiempo aúna los principios de conservación de la masa y de la conservación de la energía, deduciéndose el principio de conservación de la masa-energía (como un todo, no por separado), esto es, el celebérrimo e=mc2.

    La pérdida de masa de la reacción nuclear se transforma en energía generada, siendo la relación de transformación nada menos que la velocidad de la luz al cuadrado.

    Es decir, en mi opinión, la frase citada es incontestable.

    Ahora bien, aunque estoy de acuerdo en líneas generales con el escrito, voy a discrepar en un punto: lo relativo a la financiación del ITER. Por dos motivos, uno cualitativo y otro cuantitativo.

    Por una parte, confiar la investigación necesaria para el desarrollo de la fusión exclusivamente a la iniciativa privada es utópico. Las corporaciones al fin y al cabo están dirigidas por hombres. Hombres de vida limitada y que difícilmente se embarcarán en un proyecto de grandes costes y mucho más grandes plazos (ésta es la clave) cuyos beneficios son tan a futuro que beneficiarán en todo caso a los herederos de sus accionistas. Y el futuro de la humanidad en cuanto a la energía pasará a la fuerza por el dominio de la energía del universo (la fusión nuclear) o no pasará por ningún sitio.

    Por otra parte, poniéndonos pragmáticos, el ITER no es tan caro. La inversión española en el ITER equivale a un tramo mediano de AVE. Realmente, si establecemos prioridades, el último sitio del que recortaría dinero público sería de las investigaciones en fusión nuclear.

  4. Rafa permalink
    marzo 23, 2009 10:45 pm

    Estoy de acuerdo con Ijon-Tichy,

    Odiando el gasto público y todo lo que acarrea, prefiero despedir a 1000 cargos políticos y sus coches oficiales y dar fondos para investigar la fusión nuclear con la esperanza de que quizá lo consigan.

    Pero lógicamente con el ITER despilfarran recursos de manera considerable como todos los proyectos públicos al no tener que rendir cuentas…. además no sé si los largos plazos son necesarios o buscados por no querer los estados una energía limpia y barata antes de acabar con el petroleo y la nuclear, además en qué trabajarían los que viven de las renovables y sus políticos cautivos.

    Aunque por otra parte si se deja de subvencionar proyectos faraónicos como el ITER quizá en algunos años aparezcan iniciativas privadadas que avancen más rápido con menos recursos. Igual que está ocurriendo con el espacio, enviar gente al espacio cuesta muchisimo más con la NASA que con las nuevas empresas que estan apareciendo y quieren enviar turistas al espacio. Si los recursos usados por la NASA y ESA se emplearan de manera más eficiente en el sector privado, quizá avanzáramos más rápido en la conquista del espacio.

    Creo que la explotación mineral y energética del espacio, luna y asteroides, es el futuro. Y se hará en cuanto sea rentable, si no aparecen los políticos de turno y prohiben la explotación como en la Antártida.

    Si el desarrollo de los microprocesadores dependiera de un proyecto estatal estaríamos todos trabajando todavía con el 8086 a 16 bits o quizá aún con el Z80. Mientras se investigaría en procesadores «avanzados de 32 bits de 50 MHz» para aplicaciones de defensa avanzadas…… costando millones y millones que se gastarían en «burrocracia».

  5. martin jaramillo permalink
    febrero 22, 2010 1:45 pm

    Muy pronto nos encontraremos en las noticias científicas que la energía se crea.

    Que la relatividad de las energías potenciales invalida el principio de conservación de la energía.

    Ver artículo completo con experimento en:

    “Nueva Teoría Sobre El Universo”.
    http://www.natureduca.com/blog/?p=390

  6. Adrián permalink
    julio 15, 2010 12:50 pm

    @martín jaramillo:

    ¿Sabe usted que hay un premio de un millón de dólares para cualquiera que descubra una máquina de movimiento perpetuo como la que usted describe? De hecho, el hecho de que usted no lo haya cobrado es una buena razón para pensar que nos está tomando el pelo.

    Y dinero aparte… ¿cree usted que voy a plantearme siquiera la veracidad de un árticulo que se promociona como «la única teoría optimista sobre el Universo»? ¿O que dice cosas como «Todo lo infinito tiene que ser eterno»? Por favor, aprenda un poco de topología. Me da a mí que usted es un buen perroflauta que se cree que sus pajas mentales son física.

    Subnormal.

Trackbacks

  1. El mercado del átomo « LA LIBERTAD Y LA LEY
  2. El miedo nuclear « LA LIBERTAD Y LA LEY

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: